Desde hacía tiempo era evidente que Edesa era vulnerable, pero su pérdida supuso una conmoción para los cristianos de Oriente y Occidente. Las peticiones urgentes de ayuda no tardaron en llegar a Europa, y en 1145 el papa Eugenio III emitió una bula formal de la Cruzada, Quantum praedecessores («Cuántos fueron nuestros predecesores»). Fue la primera de este tipo, con disposiciones redactadas con precisión para proteger a las familias y los bienes de los cruzados y que reflejaban los avances contemporáneos del derecho canónico. La Cruzada fue predicada por San Bernardo de Claraval en Francia y, con la ayuda de intérpretes, incluso en Alemania. Bernardo revolucionó la ideología de la Cruzada, afirmando que ésta no era un mero acto de caridad o una guerra para asegurar los lugares santos, sino un medio de redención. En su misericordia, Cristo ofreció a los guerreros de Europa una bendita vía de salvación, un medio por el que podían renunciar a todo lo que tenían para seguirle.
Al igual que en la Primera Cruzada, muchos simples peregrinos respondieron. Sin embargo, a diferencia de la Primera Cruzada, la Segunda Cruzada fue dirigida por dos de los más grandes gobernantes de Europa, el rey Luis VII de Francia y el emperador Conrado III de Alemania. Luis apoyó con entusiasmo la Cruzada, pero Conrado se mostró reacio al principio y sólo se dejó convencer por la elocuencia de San Bernardo. La Segunda Cruzada también se diferenció de su predecesora en que había tres objetivos en lugar de uno. Mientras que los reyes de Alemania y Francia marcharon hacia el este para restaurar Edesa, otros cruzados se dirigieron a España para luchar contra los musulmanes o a las costas del Mar Báltico para luchar contra los paganos Wends.