A veces, uno de nuestros párpados empieza a moverse espasmódicamente, como si intentara guiñar un ojo a todo aquel que se ponga a tiro o como si temblara de frío.
En cualquier caso, no os preocupéis demasiado frente a lo que opinen los demás: aunque podáis sentir el movimiento perfectamente, es difícil que los demás lo noten: no parecerá que estáis ligando, ni tampoco que sois un «guiñador”, esa figura de las zonas rurales de Inglaterra que se dedicaban a transmitir el mal de ojo simplemente guiñándote (incluso se decía de las vacas que estaban enfermas que las habían «guiñado”).
Si sufrís este temblor seguramente estáis padeciendo lo que se llama mioquimia palpebral, un espasmo involuntario del párpado que es inofensivo, aunque normalmente está desencadenado con la fatiga, el estrés o el exceso de cafeína. Para solucionarlo basta, pues, con relajarse o echarse una buena siesta.
Durante mucho tiempo, sin embargo, la quinina (en forma de agua tónica) se ha empleado para eliminar estos temblores de los ojos. Pero si no os gusta la tónica, también sirve apretar suavemente e punto del temblor durante unos segundos, lo cual ayuda a pararlo temporalmente.
Pero cuidado, hay un caso de temblor de ojos más preocupante, tal y como señala Joan Liebmann-Smith en su libro Escucha tu cuerpo:
Aunque normalmente es benigna, la mioquimia palpebral puede ser un signo que nos avisa de la posibilidad de que padezcamos el síndrome de Meige o blefarospasmo, con el que a menudo se confunde. En el caso del blefarospasmo, los párpados se cierran del todo repetidamente en lugar de temblar; los ojos se suelen irritar y son muy sensibles a la luz. Y, a diferencia de la mioquimia, el blefarospasmo, si no se trata, puede producir daños en la visión.