Desde sus antiguos orígenes como cámara oscura, la cámara fotográfica siempre ha imitado al ojo humano, permitiendo que la luz entre por una abertura y proyectando luego una imagen al revés. Los artistas del Renacimiento recurrieron a la cámara oscura para afinar sus propias perspectivas visuales. Pero no fue hasta la fotografía -la capacidad de reproducir las imágenes de la cámara oscura- cuando el rudimentario ojo artificial empezó a desarrollar las mismas estructuras complejas de las que dependemos para nuestra propia agudeza visual: lentes para la nitidez, aperturas variables, velocidades de obturación, controles de enfoque…. Sólo cuando empezó a parecer que la fotografía podría competir con las demás bellas artes, el desarrollo de la tecnología de las cámaras despegó. Entre el momento en que Joseph Nicéphore Niépce hizo la primera fotografía en 1826 y 1861, la fotografía había avanzado lo suficiente como para que el físico James Clerk Maxwell -conocido por su experimento mental del «Demonio de Maxwell»- produjera la primera fotografía en color que no se desvaneciera inmediatamente ni requiriera ser pintada a mano (arriba). El científico escocés eligió tomar una foto de una cinta de tartán, «creada», escribe National Geographic, «fotografiándola tres veces a través de filtros rojos, azules y amarillos, y recombinando luego las imágenes en un solo compuesto de color». El método de tres colores de Maxwell pretendía imitar la forma en que el ojo procesa el color, basándose en las teorías que había elaborado en un artículo de 1855.
Los muchos otros logros de Maxwell tienden a eclipsar su fotografía en color (¡y su poesía!). No obstante, el pensador polímata marcó el comienzo de una revolución en la reproducción fotográfica, casi como algo secundario. «Es fácil olvidar», escribe el editor de imágenes de la BBC, Phil Coomes, «que no hace mucho tiempo las agencias de noticias transmitían sus fotografías por cable como separaciones de color, normalmente cian, magenta y amarillo, un proceso que se basaba en el descubrimiento de Clerk Maxwell. De hecho, incluso la última cámara digital se basa en el método de separación para capturar la luz». Y sin embargo, en comparación con la velocidad habitual de los avances fotográficos, el proceso tardó algún tiempo en perfeccionarse por completo.
Maxwell creó la imagen con la ayuda del fotógrafo Thomas Sutton, inventor de la cámara réflex de un solo objetivo, pero su interés radicaba principalmente en la demostración de su teoría del color, no en su aplicación a la fotografía en general. Dieciséis años más tarde, la reproducción del color no había avanzado significativamente, aunque el método sustractivo permitía una mayor sutileza de luces y sombras, como se puede ver en el ejemplo de 1877 de Louis Ducos du Hauron. Aun así, estas imágenes decimonónicas no pueden competir en cuanto a vivacidad y realismo con las fotos coloreadas a mano de la época. A pesar de parecer artificiales, las imágenes coloreadas a mano como éstas del Japón de los samuráis de la década de 1860 aportaban una sorprendente inmediatez a sus sujetos de un modo que no lo hacía la primera fotografía en color.
No fue hasta principios del siglo XX -con el desarrollo de los procesos de color por parte de Gabriel Lippman y la compañía Sanger Shepherd- cuando el color cobró protagonismo. León Tolstoi apareció a principios de siglo en brillantes fotos a todo color. París cobró vida en imágenes en color durante la Primera Guerra Mundial. Y Sarah Angelina Acland, una fotógrafa inglesa pionera, tomó la imagen de arriba en 1900 utilizando el método Sanger Shepherd. Ese proceso -patentado, comercializado y vendido- mejoró ampliamente los resultados de Maxwell, pero su funcionamiento básico era casi el mismo: tres imágenes, rojo, verde y azul, combinadas en una.
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Josh Jones es un escritor y músico afincado en Durham, NC. Síguelo en @jdmagness